Una nueva entrega de microrrelatos del misterio. Ya conocéis las normas: menos de 100 palabras, en una historia que pueda inspiraros la fotografía de este post y la siguiente frase:
Aquella increíble ciudad…
Esta es nuestra aportación:
Aquella increíble ciudad se levantaba a la orilla del río Perfume, al oeste de las grandes industrias. Llevaba días caminando por aquel desierto, observando el resplandor rosa en el horizonte y cuando alcancé por fin a verla fue sensacional, como siempre. Allí estaba esperandome el viejo Winoki, con la cocina preparada, deseando que le diese ese ingrediente secreto que tenía en mi mochila. Aquel primer ministro, sin duda se merecía toda nuestra «atención».
¿Os animáis a escribir vosotros una?
Ufopolis 2013
No era la primera vez que la veía. Su misteriosa hermosura, sus altos y esbeltos edificios siempre me habían impresionado, desde que aquel extraño sueño irrumpió como un relámpago en mi cabeza para no abandonarme jamás.
En los años siguientes los sueños se repetían, pero cada vez el sueño se dejaba ver un poco más. ¿Sueño? Porque se supone que era un sueño ¿No? Era el año 2289 de la era en la que el ser humano salía por primera vez del sistema solar y yo era parte de la tripulación de la nave interestelar Utopía, en la que una delegación representaba lo más variado de la raza humana con una misión, llegar a unas coordenadas las cuales habían sido recibidas dos años antes desde un alejado planeta en las Pléyades, con un mensaje tan simple como intrigante. ¡Somos humanos!
Desde la ventanilla e inmerso en mis pensamientos una llamada de atención para toda la tripulación me devolvió al momento. Un hermoso planeta se divisaba y al entrar en su atmosfera a una cierta altura la vi, tan hermosa como siempre la recordaba en mis sueños y figuras humanas nos recibían en la superficie. ¿Pero cómo era posible…?
Aquella increíble ciudad había sido mi morada desde que llegué, como esclavo, al planeta. Saldada mi deuda con la sociedad, era libre para seguir con mi búsqueda. El mineral que extraía era muy corrosivo, por tanto debía ocultar mi piel y, sobre todo, el tatuaje de mi nuca. Sabía que los droolys no confiaban en los humanos, y menos en los esclavos. Si alguien conocía de la existencia de una cura era, seguro, el drool más ruin y mezquino de todos, Zudker “el jugador”. Posiblemente no me dejarían entrar en aquel tugurio pero, aunque llevaba años sin luchar, estaba preparado.