Somos bipolares. Bien y mal. Ying y yang. Capaces de lo mejor como especie y también de lo peor. Un cúmulo de sentimientos y emociones contradictorios que afloran en esta crisis de manera visceral. Dos maneras muy diferentes de afrontar el caos económico. Por un lado, la resistencia moral, la conversación, el protocolo, las reglas establecidas. Por el otro, la lucha activa contra el sistema, la acción física que lleva a la dura violencia que nadie quiere.
Siempre es difícil discernir cual de las dos opciones pueden llevar al pueblo al objetivo de llegar a cambiar el injusto mundo en el que vivimos. Pero una cosa está clara. Parece que el sistema está utilizando la segunda opción. Las manifestaciones se suceden. La gente sale a la calle, y sale como no había salido desde los tiempos de la transición. Congregaciones expontáneas y acciones vívidas de unión entre la gente se suceden en Madrid y en la práctica totalidad de las ciudades de España. Es el paso previo a la posible gran revolución, en una etapa que puede durar semanas, meses, años, o décadas. Depende de nosotros.
La clave de esta etapa está en su estudio. Las manifestaciones se suceden, pero la oligarquía bancaria y económica que ve todo esto desde la lejanía de sus rascacielos y sus buenas posiciones dentro de los parapetados edificios del gobierno, ven todo esto aun de manera distante. Somos como hormiguillas revolucionadas porque alguien ha pisado la entrada del nido. Se les pasará pronto, piensan.
Esa gente NO vive en la realidad que vivimos nosotros y existe dentro de las acciones que realizan una sensación de seguridad y soberbia realmente infame. Usan a la policía antidisturbios de manera bestial para disolver las manifestaciones, y oiga, aquí no ha pasado nada, al pan pan, y al manifestante, palo, palo. Es la dictadura de la democracia. La democracia de la dictadura. El pueblo vota un sistema corrompido que te permite tener la libertad de manifestarte para que luego el propio sistema disuelva esas mismas manifestaciones a golpes. Y aquí no ha pasado ná. Ellos están protegidos y entrenados. Nosotros somos obreros, mecanicos, dependientes, profesores, gente normal, gente sin experiencia en la lucha armada. Es un ejercito profesional contra los reclutas novatos. Ellos libran una guerra no declarada contra el pueblo de la que no tenemos noticia oficial, pero así es.
Hace años vi un dibujo del autor Miguel Brieva que además de hacerme bastante gracia, me cambió la vida. En él aparecía una especie de manifestódromo, un pseudo- estadio donde entraban manifestaciones de personas reclamando por distintos motivos por un lado del terreno de juego y salían, tras dar una vuelta al mismo, por el lado opuesto. Aparecía también algún aficionado en las gradas viendo las vueltas de las manifestaciones, y el speaker con tono jocoso comentaba la vuelta de la gente anunciando “Pancartas Flopez”, tremendo patrocinador de la democracia.
El dibujo es una genialidad que define un poco lo que estamos hablando. El sistema se parte de risa con las manifestaciones de la gente, y ese dibujo lo lleva al límite. Era una metáfora brutal de nuestro supuesto sistema de libertades.
La actual “democracia” que vivimos nos dice mas o menos esto (ejem): manifestaros hombre, claro que si manifestaros todos. ¿Bueno, habeis terminado ya? Llamamos a los antidisturbios y ¡hasta mañana! Bueno, pues nada amigos, como nos habeis votado y como este sistema siempre hará que nos voteis a nosotros o a los otros pollos (ja, ja, controlamos el sistema electoral), vamos a hacer lo que nos venga en gana porque los dos favorecemos a la misma gente de los bancos, asi que…chavales, ya sabeis, no ha servido para nada vuestra manifestación. Vivimos tan encima de vosotros que nos da igual lo que digáis.
Esto es una recreación de un pensamiento de ahí arriba muy, muy cercano a la realidad. Pero ahí está la clave, en decir o en hacer. En la palabra o en la acción. Todas las manifestaciones son dignas, son respetables. Hoy hemos llegado a un punto en el que al poder le da literalmente igual lo que digamos. Ni huelgas que poca gente secunda por miedo al despido o al tremendo perjuicio económico que supone (leyes del despido aun mas accesibles, una de las ultimas joyas), ni manifestaciones aun con cientos de miles de personas que se disuelven rápido con violencia, ni preguntas en el congreso (un paripé delirante), ni ruedas de prensa manipuladas.
¡Nada! A esa gente le da igual todo, y por eso es posible que la única opción que le quede a la población de a pie sea actuar, hacer, movilizarse para realizar acciones concretas. Esto da miedo y esa también es la cuestión. Si un pueblo ve que su voz no es escuchada, ¿cual es el siguiente paso? La gente que tomó La Bastilla en su día lo tuvo claro, pero es una decisión personal dura. ¿Cuánto está dispuesto a hacer el español medio por cambiar su país? ¿Cuánto daríamos de nuestra vida en una lucha para tomar el congreso de los diputados de manera popular? ¿Seríamos considerados conspiradores, cuando los que conspiran contra la población son ellos con las ayudas públicas a los bancos (23.000 millones de euros solo a Bankia, todo con dinero publico), o el maltrato al parado o al pensionista, o el deterioro de la educación y la sanidad?
Es la decisión personal que algún día mas cercano que lejano, la población deberá hacer. Una elección vital y libre. Algo que cientos de poblaciones hicieron en su momento, levantarse contra un estado opresor o callar y colapsar. A veces me pregunto, ¿cómo luchar contra un sistema sin usar violencia? ¿Seria lo ideal verdad? Pues así estamos.
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