Hoy presentamos un nuevo microrrelato del misterio titulado: Ya no sabía cuanto tiempo llevabamos encadenados. Esperamos vuestras aportaciones en el siempre mágico e inquietante mundo de la imaginación que da pie a la literatura fantástica. Las anteriores muestras de vuestro talento fueron increíbles. Veamos qué sois capaces de imaginar con esta frase tan sugerente.
Aquí va nuestra aportación.
Ya no sabía cuanto tiempo llevabamos encadenados en aquel patio de armas donde nos metió esa gente tan extraña. Su tez verdosa y sus garras nos impresionaban pero lo que mas miedo nos daba era la algarabía diaria del estadio al que llevaban uno por uno a los otros encadenados. Esos bichos antes o después tendrían que acostarse, y yo andaba siempre pendiente porque hacía tiempo que sabía el modo de escapar de allí.
Podeis escribir las vuestras aquí mismo o mandarlas a ufopolis.contacto@gmail.com.
Ufopolis 2013.
Hace quinientos mil años, los últimos homo erectus, del clan del fuego, subieron a su montaña sagrada en busca de sus ancestrales dioses. La luna parecía sangrar mientras fulgurosas y extrañas formas danzaban en su contorno. Y aunque, con gran fruición, caminaban todos en pos del nuevo conocimiento, que sus dioses le traían, y que, quizás, a preservar la tribu ayudaría, sólo tres sobrevivieron al fatídico encuentro con aquel oso cavernario.
Perdón, Vicente, me equivoqué al copiar el texto. Este pertenece a otra imagen.
Ya no sabía cuánto tiempo llevábamos encadenados, comiendo aquel asqueroso puré enmohecido. Desconocía el número de horas que dormíamos entre cada ingesta. Al despertar se repetía la misma escena. Un plato con nuestro repugnante rancho, un par de nuevas perforaciones en nuestro cuerpo, y la evidencia de que formábamos parte de algún tipo de experimento. Nuestra piel se tornaba más ocre con el paso del tiempo, sin embargo no me sentía débil, todo lo contrario, diría que estaba en plena forma, como nunca lo había estado. Desperté al aprendiz de alquimista para preguntarle si había escuchado o leído sobre algo parecido, pero me miró durante unos segundos, atónito, como si no diera crédito a lo que veía.
– ¡Aléjate, bestia inmunda! – se agarró a las cadenas para levantarse y la roca crujió.
Miré a su hermano que se encontraba erguido, en la pared opuesta, barbullando:
– ¿Qué… quiénes sois vosotros? ¿De quiénes son estas voces? ¡Sí, sí! ¡Yo lo soy! ¡Soy más fuerte que vosotros! –dio un enérgico bramido mientras lanzaba su puño izquierdo en nuestra dirección. Los eslabones cedieron. Y cejé atemorizado.
Entonces, salir de allí dejó de preocuparme, la misión requería que continuara siendo el mismo.